Por aquí transitó buena parte de los veinte millones de seres humanos a lo largo de casi cuatro siglos rumbo a una vida de miseria y servidumbre indigna. La primera Casa de Esclavos la construyeron los portugueses a mediados del siglo XVI y la última se levantó a finales del XVIII por iniciativa de ‘empresarios’ holandeses. En su época de máximo apogeo, en esta pequeña roca a poco más de quince minutos de navegación del puerto de Dakar funcionaban a pleno rendimiento hasta 29 casas de esclavos. Llegaban hasta aquí desde los más diversos puntos de África Occidental. Veinte millones de almas que nutrieron el negocio repugnante que nutrió las primeras ruedas de la acumulación de capital del Viejo Mundo. Tres siglos antes de que el vapor lo cambiara todo, África empezaba a ser sistemáticamente saqueada para formar algunas de las primeras grandes fortunas de Europa. Nunca se concentró tanta infamia en tan poco espacio (apenas 17 hectáreas).
Hoy Goree es un lugar pintoresco de bonitas casas coloniales pintadas de colores chillones, con amplias balconadas e impresionantes plantas bajas porticadas. Casas lindas que esconden bajo los muros pastel, las tejas y la madera su historia de infamia. En la planta alta vivía el dueño de la casa; y en la planta baja, en cuatros de poco más de dos metros cuadrados, se hacinaba la carga humana, hasta veinte personas por habitación. Antes se los separaba por sexo y peso. Los hombres que pesaban en torno a los 60 kilos estaban listos para la venta y embarque; los que llegaban exhaustos y medio muertos de hambre se sometían a una brutal dieta de engorde. Como el ganado. Arriba se cerraban los tratos y se pactaban los precios; abajo hombres, mujeres y niños esperaban su suerte con la resignación que imponían las cadenas, los grilletes y las pesadas bolas de hierro que impedían cualquier tentativa de huida. Cada casa se conectaba directamente con el mar a través de pasillos estrechos y oscuros que impedían a los esclavos moverse con comodidad. Al fondo se ve el agua azul y la claridad del sol. Eran las llamadas puertas sin retorno.
Morían a millares. De enfermedad; de terror; a puros golpes. Se les miraban los dientes para ver si estaban sanos. Las mujeres valían más dinero que los hombres y los niños recibían nombres diferentes en función del estado de su dentadura: como simples cachorros de bestias de carga. Los ecos de aquellas víctimas del comercio hediondo de la esclavitud se apagaron hace ya más siglo y medio. Francia abolió la repugnante institución de la esclavitud en 1848 aunque el tráfico de seres humanos siguió siendo un lucrativo negocio hasta finales del siglo –alentada por latifundistas de Estados Unidos, Brasil o Cuba, por ejemplo-. La última de estas casas de esclavos se construyó en 1776 y hoy es un museo sobre ese pasado sombrío que los gritos de la chiquillería que juega en las calles sin coches de la isla. Hoy la Casa de los Esclavos (La Maison des Esclaves) es un pequeño museo que recuerda aquellos tiempos terribles; un lugar que oprime en el que pueden verse antiguas cadenas, las celdas en las que se clasificaban y engordaban hasta a 200 personas de manera simultánea y esa puerta sin retorno que mira a un mar hoy hermoso, pero terrible para las víctimas del comercio esclavista que, por tandas, manejaron los portugueses, ingleses, holandeses y franceses.
El Fuerte d’Estrées es lo primero que se ve desde el mar cuando uno se acerca a la isla. Esta batería cañonera fue construida por los franceses a mediados del siglo XIX para proteger la entrada al puerto de Dakar. La antigua batería se ha habilitado como museo dedicado a la memoria africana y justo a la puerta la Plaza de Europa celebra, no sin polémica, las ayudas de la UE para la restauración de los valores históricos de la isla –muchos senegaleses no entienden como la Europa que saqueó África y esclavizó a sus gentes-. Hoy, Goree es algo así como un resquicio de lo que fue Dakar hasta hace bien poco. Un lugar tranquilo de casitas coloniales, enormes baobas y buganvillas exuberantes (un paraíso para los viajeros fotógrafos). Pasear por sus cuatro o cinco calles es una delicia que te descubre rincones preciosos. Hay una iglesia, una mezquita y hasta una pequeña playa de arenas claras en la que los vistosos cayucos senegaleses (barcas de pesca pintadas de colores chillones) descansan con la proa mirando al mar.
El Paseo de los Baobabs parte desde el Mercado de Artesanía y sube, en apenas doscientos metros, el escalón de piedra que separa la ‘ciudad’ del ‘Castel’ de Saint Michel. La fortificación fue construida por los holandeses en el siglo XVII poco después de comprarle la isla a los portugueses (le duró poco ya que fue tomada por los franceses algunas décadas después). De la antigua batería queda muy poco más allá de los muros semienterrados en los que todavía se intuye esa planta de punta de diamante propia de las fortalezas de aquellos tiempos. Los franceses plantaron encima cañones gigantescos en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Las vistas sobre el mar, la propia isla y la vecina Dakar son increíbles.
Goree después de los turistas
En Goree no hay coches. No tendría sentido. En sus calles de arena y bajo los baobabs sólo se oyen las voces de propios y extraños y, cuando se va el último barco, los gritos de los niños (esa música vital de las ciudades africanas). Lo más normal es llegar a la isla y volver a Dakar en el mismo día, pero si puedes pasar una noche aquí es algo más que recomendable. Algunas de las antiguas casas de esclavos se han ido reconvirtiendo en alojamientos (desde 60 euros la habitación doble) y restaurantes y las puestas de sol desde las baterías del ‘Castel’ no tienen precio. Los barcos conectan la isla con el puerto de la capital hasta bien entrada la noche (el último servicio es a las 23.00 los días entre semana, a la media noche los viernes y a la 1.15 los sábados), pero la mayoría de los turistas se van antes de las seis o siete de la tarde.
La esclavización de indígenas en el continente americano se remonta al pasado remoto. Sabemos que zapotecas, mayas, aztecas y muchos otros grupos capturaban prisioneros para sacrificarlos y tenían esclavos. Con el arribo de los europeos después de 1492, estas prácticas—que hasta entonces se había dado en estos contextos culturales específicos—se comercializaron y expandieron por todo el continente.
Los primeros exploradores europeos en el Nuevo Mundo iniciaron este proceso de transformación de las prácticas esclavistas precolombinas. De hecho, la primera actividad comercial de Cristóbal Colón consistió en enviar a Europa cuatro carabelas con una remesa de 550 esclavos indígenas para subastarlos en los mercados del Mediterráneo (donde uno podía encontrar esclavos guanches, africanos, del medio oriente, y de otras regiones de Asia). Muchos otros siguieron los pasos del Almirante de la Mar Océano. Ingleses, franceses, holandeses y portugueses jugaron un papel fundamental en la trata de esclavos indígenas en varias partes del continente americano. Sin embargo, en virtud de sus amplias y densamente pobladas colonias, Castilla se convirtió en el poder esclavista dominante. Castilla fue para la trata de esclavos indígenas lo que Portugal e Inglaterra fueron para los esclavos africanos.
Irónicamente, Castilla fue también el primer poder imperial que discutió y reconoció los derechos fundamentales de los indígenas cuando a inicios del siglo XVI prohibió la esclavitud de los indígenas salvo en casos extraordinarios, y después de 1542, con la promulgación de las llamadas Leyes Nuevas, sin excepción alguna. A diferencia de la esclavitud africana que fue legal durante siglos, la esclavitud de indios existió contra la ley. Sin embargo, esta prohibición categórica a partir de 1542 no detuvo a generaciones de conquistadores y colonos, cuyas actividades económicas dependían de la mano de obra forzada indígena, y acabaron esclavizando a pueblos nativos desde Alaska y Canadá hasta Patagonia, y desde las Islas Canarias hasta las Filipinas; y el hecho de que esta otra esclavitud se realizara clandestinamente la hizo aún más artera. Es una historia de buenas intenciones que acabó muy mal.
¿Cuántos esclavos indígenas pudo haber en América desde la llegada de Colón? La historia tradicional tiende a considerar al fenómeno de la esclavitud de indios como algo más bien marginal. Incluso si en los primeros años de la conquista esta práctica hubiese florecido, ésta debió decaer profundamente una vez que los esclavos africanos y los trabajadores asalariados estuvieron disponibles en cantidades suficientes. La interpretación más tradicional es que la verdadera historia de la explotación en el Nuevo Mundo giró en torno de los 12.5 millones de africanos traídos del otro lado del Atlántico. La evidencia acumulada y las numerosísimas investigaciones al respecto nos dejan un panorama muy claro.
La esclavitud de indios es algo mucho más nebuloso. Ya que tal práctica estaba terminantemente prohibida, las víctimas de este sistema laboraban—literalmente—en rincones oscuros y a puerta cerrada, todo lo cual nos da la impresión de que fueron mucho menos de los que en realidad hubo. Como los esclavos indígenas no tenían que cruzar el Atlántico, no aparecen en las listas de los barcos ni en registros portuarios. No obstante, pese a la naturaleza clandestina e invisible de la esclavitud de indígenas y a la imposibilidad de contarlos con exactitud, poseemos abundantes rastros documentales. Historiadores que han investigado todas las regiones del Nuevo Mundo han encontrado evidencia del tráfico de indígenas en procedimientos judiciales, reportes gubernamentales y en menciones casuales sobre redadas y capturas de indígenas en cartas y diversos documentos. Considerados de manera aislada, un par de cientos de indígenas tomados como esclavos por aquí y por allá no parecen sumar mucho, pero una vez que tomamos en cuenta el alcance geográfico de este tráfico y el periodo cronológico completo en que esto ocurrió, el número de esclavos indígenas es notable. Si sumáramos todos los esclavos indígenas del Nuevo Mundo desde la llegada de Colón hasta finales del siglo XIX, la cifra puede rondar entre los 2.5 y 5 millones de esclavos.
Más allá de las cifras, hay que tener presente las características únicas de la esclavitud de indios. Por ejemplo, a diferencia de los esclavos africanos que fueron en su mayoría varones adultos, los esclavos indígenas consistieron de mujeres y niños en gran proporción. Los precios que se pagaron por distintos grupos nos dan algunos indicios. En regiones tan diversas como el sur de Chile, el norte de México, y el Caribe, los dueños de indios estaban dispuestos a pagar hasta un cincuenta o un sesenta por ciento más por las mujeres y los niños que por los varones adultos. ¿Cómo podemos explicar estas diferencias de precio tan marcadas? Desde luego que la explotación sexual y las habilidades reproductivas de las mujeres son parte de la respuesta. En este sentido, la esclavitud indígena es un claro antecedente del tráfico sexual que ocurre hoy. Pero también había otras razones. En las sociedades nómadas, los hombres se dedicaban a actividades menos útiles para los colonizadores europeos, como la pesca y la caza, que las de las mujeres, cuyos roles tradicionales incluían tejer, la recolección de comida y el cuidado de los niños. Algunas fuentes también revelan que las mujeres eran preferidas para el servicio doméstico ya que se les consideraba más dóciles y menos peligrosas que los hombres. Y así como los amos querían mujeres, también preferían a los niños. Los niños eran más adaptables que los adultos, aprendían idiomas con más facilidad, y con el paso del tiempo hasta podían llegar a identificarse con sus captores. En efecto, uno de los aspectos más sorprendentes de esta forma de servidumbre es que los esclavos indígenas podían, eventualmente, llegar a formar parte de la sociedad dominante. A diferencia de la esclavitud africana, una institución legal heredada de generación en generación, los esclavos indígenas podían convertirse en sirvientes y, con algo de suerte, adquirir un poco de independencia y alcanzar un nivel más alto dentro de la sociedad en el transcurso de una sola generación.
Otro hecho interesante sobre el tráfico de indios tiene que ver con la participación de los indígenas mismos. Como vimos, antes de la llegada de los europeos, los indígenas practicaban varias formas de cautiverio y esclavitud. Al arribo de los europeos, ellos comenzaron ofrecer con naturalidad cautivos a los recién llegados. Al principio, los indígenas tenían roles subordinados dentro de las nuevas redes regionales de esclavitud, donde fungían como guías, informantes, intermediarios, guardias y en ocasiones hasta socios menores, por lo general dependientes de los mercados de esclavos creados y controlados por europeos. Éstos últimos tenían gran ventaja pues contaban con una tecnología bélica más desarrollada—específicamente los caballos y las armas de fuego—lo que les permitía someter a los pueblos indígenas sin grandes dificultades. Sin embargo, lo que comenzó como un negocio controlado por europeos, al paso del tiempo pasó a manos de los propios indígenas. A medida que ellos comenzaron a adquirir caballos y armas, se convirtieron en proveedores independientes de esclavos. Poderosas sociedades ecuestres llegaron a dominar la mayoría de las rutas del tráfico en los siglos XVIII y XIX. Por ejemplo, en el norte de México y lo que ahora es el suroeste de los Estados Unidos, los pueblos comanches y yutas llegaron a ser proveedores regionales de esclavos, abasteciendo a otros pueblos indígenas, así como a españoles, ingleses, franceses, y más tarde a mexicanos y estadounidenses. Los apaches, quienes en un principio habían sido de las víctimas más afectadas por la esclavitud, se volvieron exitosos esclavistas. En tiempos de la colonia, los apaches habían sido cazados, encadenados y enviados a las minas de plata de Chihuahua. Pero cuando el poder español comenzó a desmoronarse en la segunda década del siglo XIX y la economía minera comenzó a decaer, los apaches encararon a sus antiguos amos. Atacaron a comunidades mexicanas, tomaron cautivos y los vendieron en Estados Unidos.
Tan persistente y extensa fue la esclavitud indígena que terminar con ella resultó casi imposible. La Corona española prohibió cualquier forma de esclavitud indígena en 1542, pero el tráfico se mantuvo. Más de un siglo después, la monarquía española lanzó una campaña dentro de todo su imperio para liberar a todos los esclavos indígenas. Pero esta precoz cruzada abolicionista de fines del siglo XVII no fue suficiente para llegar a esa meta que resultaba cada vez más inalcanzable. Durante el proceso de independencia a principios del siglo XIX, México prohibió toda forma de esclavitud y extendió la ciudadanía a los indígenas que vivían en el territorio nacional. Pero aun así la esclavitud persistió. Uno de los aspectos más relevantes de esta otra esclavitud es que, al nunca ser reconocida legalmente, tampoco se le derogó formalmente, como sí se hizo con la esclavitud africana. Después de la Guerra de Secesión de Estados Unidos, el Congreso de ese país promulgó la Decimotercera Enmienda a la Constitución, que prohíbe la “esclavitud” y “servidumbre involuntaria.” Aunque la inclusión de este último término abría la posibilidad de liberar a todos los indígenas sometidos, la Corte Suprema de Estados Unidos optó por una interpretación muy restringida de las Decimotercera y Decimocuarta Enmiendas que terminaron haciendo referencia exclusivamente a los afroamericanos y en lo general excluyó a los indígenas. La esclavitud de indios continuó hasta finales del siglo XIX y en algunas áreas remotas hasta bien entrado el siglo XX. Disfrazado como peonaje obligatorio por deudas, que extendía los límites del trabajo aceptado e incluso se hacía pasar por trabajo legal, esta otra esclavitud fue el antecedente directo de las formas de esclavitud que aún se practican hoy.
El comercio de esclavos o trata atlántica se prolongó desde el siglo XVI hasta mediados del XIX: un negocio boyante que, mediante la captura de más de doce millones de personas en África y su venta en territorios caribeños como mano de obra para cultivos, construyó fortunas e imperios.
La existencia de tierras aptas y baldías en el Caribe favoreció el asentamiento y cultivo con productos tropicales que pronto alcanzaron una gran demanda en Europa (azúcar, café o algodón). El empleo del trabajo coactivo fue el otro factor que aseguró que la empresa fuera rentable al ser una mano de obra barata, de aprovisionamiento regular, fácil reposición y captura.
Un negocio seguro y regulado
La riqueza generada por el trabajo esclavo contribuyó al auge económico de Europa y animó a muchos países a participar. Desde la segunda mitad del siglo XVIII los ingleses controlaron el comercio de esclavos.
Según la bandera de la embarcación, el número de esclavos transportados y vendidos por parte de cada país se repartió así:
Portugal, 5 848 266;
Gran Bretaña, 3 259 441;
Francia, 1 381 404;
España, 1. 061 524;
Holanda, 554 336;
Trece Colonias y Norteamérica (a partir de 1783) 305 326;
Dinamarca: 111 040.
La trata fue una empresa internacional realizada tanto legal como ilegalmente. Fue ejercida en un principio por mercaderes, compañías mercantiles y desde 1789, tras la liberalización de este comercio, por particulares. Gran Bretaña la prohibió en 1807 aunque el tráfico se mantuvo hasta la década de 1860.
Fue un negocio seguro por la demanda creciente de esclavos en América y la diferencia abismal entre el precio de compra y el de venta. Muchos sectores de la sociedad se beneficiaron en distintas proporciones: comerciantes, capitanes de barco, marineros, hacendados, personas de medianos recursos, las Coronas y la Hacienda Real.
Un viaje mortal de dos meses
La costa occidental de África, especialmente la zona del Calabar, fue de donde se extrajeron un mayor número de esclavos, y en el siglo XIX las regiones del Índico africano. Los capturados eran conducidos a las factorías (instalaciones fortificadas edificadas en la costa) donde esperaban en los barracones su venta, y eran carimbados (marcados) con un hierro candente. A partir de mediados del siglo XVI, el viaje era directo de África a los puertos americanos. Los navíos eran buques mercantes con una capacidad para entre 200 y 800 personas, y una alta tasa de mortalidad (20% – 15%). La duración de las travesías oscilaba entre 30 y 70 días.
Distintos códigos y reglamentos integraron un cuerpo legislativo que sistematizaba la venta y vida cotidiana del esclavo: Código de Barbados, de 1661, que sirvió de modelo en las colonias británicas de las Antillas; el código de Santo Domingo, de 1768; Luisiana, de 1769, y Santo Domingo, de 1784, para las colonias españolas, y el Code noir, de 1685, vigente hasta 1789 en las Antillas francesas.
Rebeliones y derechos
El esclavo no fue un sujeto pasivo. No dejó de esforzarse por mantener sus tradiciones y conquistar espacios de libertad. Desde el siglo XVI se produjeron rebeliones.
La primera fue en La Española (isla de Santo Domingo) en 1521. Algunas se quedaron en revueltas, otras consiguieron marcar un nuevo ritmo en la historia mundial: por ejemplo, la Revolución de Saint-Domingue de 1791, que finalizó con la creación de Haití, en 1804, por exesclavos.
Otra forma de resistencia fue el uso de la ley. A través del síndico de esclavos, reclamaron derechos y en algunas ocasiones la libertad. La abolición fue un proceso lento y desigual iniciado en 1838 y finalizado en 1888.
Un legado actual
Junto a los esclavizados viajaron tradiciones, alimentos y plantas que en tierras americanas se mezclaron con las culturas indígenas y europeas. Este mestizaje continuo originó nuevas culturas.
En América pervive el uso de plantas para curar algunas enfermedades y de alimentos: quimbombó, ñame, ackee, fufú o fricanga.
En la música, son muchos los ritmos resultantes: el son, la rumba, bomba, plena, biguine, merengue, cumbia, reggae, bullerengue…
La Regla de Ifá, Shango Cult, Palo Monte, Candomble, Vudú, son ejemplos del sincretismo religioso.
Las diferencias físicas superficiales, como el color de la piel, que no genéticas, contribuyeron a fortalecer las ideas sobre las diferencias entre las poblaciones que justificaron la esclavitud, la exclusión y el racismo.
El 16 de abril se conmemora el Día Mundial contra la Esclavitud infantil, el origen proviene del asesinato de Iqbal Masih de 12 años, ocurrido en el año 1995, quien a la edad de 4 años fue vendido por su padre al dueño de una fábrica de alfombras de Punjab porque necesitaba un préstamo para pagar la boda del hijo mayor.
El dueño de la fábrica recuperaría su dinero descontando mensualmente una parte del salario, por lo que el niño debía permanecer allí hasta el pago total de la deuda. Masih trabajaba más de 12 horas diarias haciendo alfombras, pero entre los intereses y los nuevos préstamos que pediría el padre, la deuda comenzó a crecer, por lo que el niño no tenía una salida posible.
Cinco años después, el niño conoció a Ehsan Khan, quien era un luchador contra la esclavitud infantil lo que lo llevó a dejar a un lado el miedo y dedicarse a denunciar la situación que tenían los niños tejedores de alfombras, convirtiéndose en un gran activista de los derechos infantiles.
Su activismo y sus denuncias comenzaron a molestar a muchas personas que se beneficiaban de este negocio. En 1995, mientras andaba en su bicicleta fue asesinado de un disparo.
La abolición legal de la esclavitud se inicia en Venezuela con el movimiento independentista, pues la Junta de Gobierno creada el 19 de abril de 1810 prohíbe el 14 de agosto la introducción y venta de esclavos en el país.
El artículo 202 de la Constitución Federal de 1811 eleva a precepto constitucional la prohibición. Durante las campañas de la Independencia se ofreció en ocasiones la libertad a título individual, extensivo a familiares directos, para esclavos que se alistaron en el Ejército y combatieron a favor de la República.
Inmediatamente después de la Batalla de Carabobo, el Libertador en su condición de general en jefe del Ejército vencedor, solicitó el 14 de julio de 1821 al Congreso Constituyente de la Gran Colombia reunido en Cúcuta que decretase “la libertad absoluta de todos los colombianos al acto de nacer en el territorio de la República”.
El 21 de julio siguiente, dicho Congreso, acogiendo lo expresado en 1820 por el Congreso de Angostura y en atención a la mencionada solicitud de Bolívar, dio una ley que preveía la gradual extinción de la esclavitud.
Considerando que los procedimientos operaban muy lentamente, la Diputación Provincial de Caracas se dirigió en diciembre de 1852 al Congreso Nacional solicitando que extinguiese la esclavitud mediante una ley. De inmediato no se hizo nada, pero en febrero de 1854, por iniciativa del diputado José María Luyando, el Congreso se abocó al estudio del problema.
El presidente de la República, José Gregorio Monagas, que favorecía la eliminación de la esclavitud, dirigió el 10 de marzo un mensaje especial al Congreso, en el cual abogaba por la abolición, pero sin vulnerar los derechos de los poseedores de esclavos. El 23 de marzo el Congreso aprobó la ley de la abolición y el 24 fue refrendado por el presidente Monagas, a quien los historiadores han llamado, por esto, “el libertador de los esclavos”.
Las desventajas históricas de los afrodescendientes perduran en Latinoamérica a pesar de tantos años de lucha contra la desigualdad racial y la discriminación.
Desde la III Conferencia Mundial contra el Racismo organizada en 2001 en Sudáfrica los avances en la región han sido muy limitados en comparación con la desventaja histórica que sufren los afrodescendientes.
«Más de 200 millones de afrolatinoamericanos que en una enorme mayoría siguen bajo la línea de pobreza», afirmó Néstor Silva, miembro de la Organización Mundo Afro de Uruguay. «En aquel entonces ganamos en visibilidad política desde la lucha de la sociedad civil organizada en todo el continente, pero el racismo sigue cundiendo. Una prueba de ello es que la mayoría de las personas migrantes del continente americano son afrodescendientes», aseguró Silva.
Además el especialista afirmó que la trata esclavista a la que se sometió a los africanos y a sus descendientes sigue dejando secuelas. «Esto responde a que las naciones no reconocen que cuando se independizaron de sus respectivos colonizadores, todas siguieron con la misma matriz productiva explotadora y esclavista», explicó.
Según Silva en América Latina esto funciona como un multiplicador muy fuerte del racismo, «porque los sistemas necesitan seguir subyugando gente y una de las grandes herramientas para eso es la discriminación racial«.
Incluso mencionó diferentes trabajos científicos que pretendieron demostrar la existencia de razas superiores, y «son simplemente herramientas de explotación». Mundo Afro fue creada en 1988 con el objetivo de ser un instrumento que permita organizar y nuclear la comunidad negra del Uruguay, trabajando en torno a un Programa de Desarrollo.
«La organización fue creada hace más de 30 años pero seguirá siendo creada porque el racismo muta, la lucha muta y los avances por pequeños que sean son avances y hay que readecuarse», expresó Silva.
Uno de los logros de esta organización en gran parte de Latinoamérica fue poner la lucha contra el racismo en el eje ideológico, con la discusión de temas nacionales y regionales desde la perspectiva de los afroamericanos.
«Somos seres de derecho buscando ciudadanía y esto se explica porque cuando estás excluido no ejerces tu ciudadanía a plenitud, aunque puedas votar. Los derechos humanos no te llegan, por tanto, no eres un ser de derecho sino un objeto de explotación«, aclaró Silva.
Desde Mundo Afro apuntan a que la integración no sea dictada por quien está en el poder: «Porque entonces me íntegra según él me ve y siempre me va a ver con ojos de dominador», explica Silva.
En Uruguay se han logrado en los últimos años oficinas de equidad en diferentes ministerios para incidir desde el Estado en la transversalidad de las políticas. El Gobierno de Tabaré Vázquez creó un grupo de trabajo que coordina dichas oficinas.
Según el censo de 2011 en Uruguay la población afrodescendiente ocupa el 8% de la población. De ahí que por ley el 8% de los cargos públicos en este país estén reservados para los afrodescendientes.
A petición de El Libertador “Simón Bolívar”, el Congreso de Angostura decretó la abolición progresiva de la esclavitud en todo el territorio nacional, el 11 de enero de 1820.
El principal objetivo de dicha solicitud era sumar a los esclavos a la causa republicana, que todavía no participaban en las guerras por la independencia.
Con este decreto se eliminaba la frase de la tradición colonial que decía “vientre de esclavo engendra esclavo”, por lo que la esclavitud llegaría a su final en cuestión de tiempo, liberando a las generaciones futuras.
Esta no fue la primera acción a favor de estos prisioneros, una vez que en 1810, pasados los hechos de Proclamación de la Independencia de Venezuela, se había prohibido la introducción y venta de cautivos en todo el territorio nacional.
Ya para 1811, se había acordado la libertad de aquellos esclavos que quisieran alistarse para combatir a favor de la República.
En la presente recopilación se recogen una serie de conferencias que abordan temas relativos a los afrodescendientes e indígenas en América Latina con la intención de reflexionar y ayudar a ampliar el campo analítico sobre estos asuntos.
En estas ponencias se presentan serias críticas a la colonización y se hace referencias a los efectos negativos que trajo consigo este proceso en nuestra región.
En este libro se incorpora el enfoque interdisciplinario de la historia de la esclavitud, contemplando aspectos históricos, sociales, demográficos, museológicos, de la nueva arqueología histórica o arqueología patrimonial y de la genética de las poblaciones humanas, lo cual nos aproximará se entiende a un conocimiento más acabado y profundo de la esclavitud en estos territorios, el cual se revela hoy aún insuficiente en el cometido de saldar una deuda pendiente a la contribución africana en la configuración de nuestra identidad. El objetivo general que ha alentado esta investigación consiste en analizar, desde una perspectiva interdisciplinar, crítica y analítica las dinámicas de la esclavitud en toda su complejidad en territorios periféricos seleccionados de la antigua Monarquía hispánica entre los siglos XVII y XIX contribuyendo al reconocimiento de los aportes del elemento africano en la construcción de la cultura y etnia latinoamericana.
A continuación, publicamos la traducción al español de la ponencia de la profesora Verene A. Shepherd, quien es directora del Centro de Investigaciones sobre la Reparación, Universidad de las Indias Occidentales, como parte del panel virtual “Esclavitud y afrodescendencia: educación, cultura y antirracismo”.
Soy la profesora Verene Shepherd, historiadora social y directora del Centro de Investigaciones sobre la Reparación (CIR). Agradezco a la Casa de las Américas, la Comisión Nacional de Cuba de la UNESCO, la Oficina de la UNESCO en La Habana y la Oficina Multipaís de la UNESCO para el Caribe (Kingston), por invitarme a realizar esta presentación, especialmente en el marco del Decenio Internacional de las Naciones Unidas para los Afrodescendientes (IDPAD) y el vigésimo aniversario de la Declaración y el Plan de Acción de Durban (DDPA), documento final de la Conferencia Mundial contra el Racismo de 2001 (W-CAR) celebrada en Durban, Sudáfrica.
Me complace que haya quienes en nuestra Región recuerden la importancia del Día Internacional para el Recuerdo de la Trata Transatlántica de Africanos (TTA) y su Abolición, día designado por la UNESCO para conmemorar el Ma’angamizi (holocausto africano); celebrando así el papel que Ayiti (Haití) ha jugado en la abolición de este crimen de lesa humanidad y en la lucha anticolonial hemisférica, proporcionando armas y soldados para ayudar a otras luchas de liberación y ofreciendo ciudadanía y puerto seguro a los cimarrones marítimos de lugares donde la esclavitud todavía tenía un lugar después de 1804. En este sentido, el trato a las 128 personas esclavizadas de las Islas Turcas y Caicos que huyeron a Haití entre 1822 y 1825; y a los 15 del barco Deep Nine de Jamaica a Ayiti en 1817 no debe olvidarse nunca.
Lo que hizo posible todo eso fue la Revolución Haitiana. Para que no olvidemos, en la noche del 22 al 23 de agosto de 1791, los esclavizados en la colonia francesa de Saint-Domingue comenzaron una revolución, es ese el único ejemplo de una exitosa protesta negra armada en la historia mundial y el evento fundacional de la primera República negra moderna. En un cruel giro del destino, mientras hoy celebramos el inicio de esa gloriosa revolución que resultó en la independencia de Haití en 1804, también lamentamos la pérdida de vidas a causa de otro terremoto. La incapacidad de su infraestructura social y física para resistir los peligros naturales es parte de ese legado colonial que se manifiesta no solo en la degradación ambiental, sino también en la pobreza económica de una nación que enfrentó una deuda de reparación paralizante hasta 1947 y la injerencia externa antes y después de 1947.
Soy consciente de que hay quienes creen que temas como la TTA, la esclavitud y sus legados están demasiado lejos, en el pasado distante, para tener una aplicación contemporánea. Este tipo de respuesta ilustra cómo el concepto de «distancia» impregna el pensamiento de las sociedades. La opinión opuesta es que el argumento de “muy lejos en el pasado para tener una aplicación contemporánea” es inaceptable. La distancia solo afecta la forma en que uno piensa sobre el pasado, en el sentido en que los historiadores lo han explorado, a pesar de los años transcurridos ello ha intensificado nuestra determinación de que el tiempo transcurrido entre 1492 y el presente, simplemente, nos ha dado espacio para reflexionar sobre cuánta evidencia hay disponible para explicar lo contemporáneo. Quizás estamos demasiado relacionados con los eventos del pasado y no podemos desenredar la relación entre el pasado y el presente, ya que están tan inextricablemente enredados.
De hecho, tanto el Programa de Actividades para el Decenio como el Plan de Acción de Durban, dejan muy claro que la TTA estaba en la raíz de la situación socioeconómica actual de África y su Diáspora, así como en las razones de su impacto a largo plazo en el Américas, indicando lo siguiente:
Reconocemos que la esclavitud y la trata de esclavos, en particular la trata transatlántica, fueron tragedias atroces en la historia de la humanidad, no sólo por su aborrecible barbarie, sino también por su magnitud, su carácter organizado y, especialmente, su negación de la esencia de las víctimas, y reconocemos asimismo que la esclavitud y la trata de esclavos, especialmente la trata transatlántica de esclavos, constituyen, y siempre deberían haber constituido, un crimen de lesa humanidad y son una de las principales fuentes y manifestaciones de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia, y que los africanos y afrodescendientes, los asiáticos y las personas de origen asiático y los pueblos indígenas fueron víctimas de esos actos y continúan siéndolo de sus consecuencias.
Y continúa
Reconocemos que el colonialismo ha llevado al racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia, y que los africanos y los afrodescendientes, las personas de origen asiático y los pueblos indígenas fueron víctimas del colonialismo y continúan siéndolo de sus consecuencias. Reconocemos los sufrimientos causados por el colonialismo y afirmamos que, dondequiera y cuando quiera que ocurrieron, deben ser condenados y ha de impedirse que ocurran de nuevo. Lamentamos también que los efectos y la persistencia de esas estructuras y prácticas se cuenten entre los factores que contribuyen a desigualdades sociales y económicas duraderas en muchas partes del mundo de hoy.
Para que no lo olvidemos, alrededor de 5,5 millones de africanos fueron traficados al Caribe colonizado por los británicos (mi tema en esta contribución), entre los siglos XVII y XIX. En 1834, solo quedaban 800.000. Se puede ilustrar la «barbarie» de la trata a la que se refirió la Declaración de Durban citando una opinión de 1854 sobre el papel de España y Gran Bretaña en la trata y el comportamiento hacia a los africanos esclavizados, que equivalía a un desastre demográfico, en comparación con el aumento de la población esclavizada en los EE.UU.
En ese año, un folleto impreso para la Sociedad Histórica de Maryland por John D. Toy, titulado «Comercio de esclavos africanos en Jamaica: trato comparativo de los esclavos», indicaba que, en 1790, los Estados Unidos tenían 697,897 africanos esclavizados y para 1850, la población había aumentado, principalmente por medios naturales, a 3.204.089, lo que equivale a un aumento en 60 años de 2.5 millones. Por otro lado, España importó 40.000 africanos a Jamaica durante el período 1509-1655, pero en 1655 cuando los británicos capturaron la isla, encontraron 1.500. Fíjate, muchos se habían escapado para formar escondites de Maroons (cimarrones). Durante los 179 años en los que Gran Bretaña participó en el TTA, se importaron 850.000 (según su cálculo porque la información reciente indica que Gran Bretaña continuó con el tráfico hasta 1811 e importó 1,2-1,5 millones a Jamaica). Sumando los 1500 que encontraron, tuvieron el control de 851,500 africanos desde 1655 hasta 1834. Se estima que 85,000 murieron durante el proceso de captura y traslado a la isla. Al independizarse en 1834, Jamaica tenía 322,421 personas esclavizadas, una mortalidad de más de 1 / 2M.
Sin embargo, aplicando la fórmula utilizada para estimar el crecimiento de la población en los Estados Unidos, el artículo de 1854 propone que, dentro de los 45 años de la presencia británica en Jamaica, la población esclavizada de la isla debería haber aumentado a 2.931.450 individuos. Por el contrario, en 179 años perecieron poco más de 3 millones de africanos, es decir 17.000 por año. «Esta declaración no necesita comentarios», dice el autor del folleto. “Exhibe la esclavitud en la colonia británica de Jamaica, tolerada por el Parlamento de Gran Bretaña durante ciento setenta y nueve años, suficientemente repugnancia, sin habilidad dramática, para hacer el cuadro aún más repulsivo”.
Es por eso que, para las víctimas del holocausto africano, la justicia reparadora es el grito en todo el Caribe e internacionalmente. La reparación se define simplemente como la reparación en forma o formas acordadas (monetarias y / o no monetarias) por un daño o perjuicios cometidos. El conocimiento en el Caribe de los males cometidos a través de la conquista, la colonización, la reubicación forzosa de africanos, la esclavitud, la emancipación sin compensación y el continuo daño poscolonial, han impulsado el surgimiento de esta demanda de justicia reparadora. La mayoría de las personas conocen la acción de 2013 de los Jefes de Gobierno de CARICOM cuando colocaron peso político detrás del movimiento de reparación, al establecer la Comisión de Reparación de CARICOM presidida por el Prof. Sir Hilary Beckles, un Subcomité de primeros ministros presidido por el Primer Ministro de Barbados bajo cuyo mandato se estableció el Centro de Investigaciones sobre Reparaciones que dirijo y que tiene ya 3 años, y los Comités Nacionales en los Estados Miembros de CARICOM (y ahora hay unos diez). Pero mucho antes de eso, los pueblos indígenas, los africanos esclavizados, los defensores de la justicia posterior a la esclavitud, los rastafari del siglo XX, los académicos, los activistas de la sociedad civil y políticos individuales como Ralph Gonsalves y Mike Henry, participaron activamente en el movimiento.
El Plan de Acción de Diez Puntos de CARICOM es el Plan para la demanda regional de reparación de Gran Bretaña, Dinamarca, Holanda, España, Portugal, Francia, Suecia, Noruega y algunos otros países. Incluso un barco que enarbolaba la bandera rusa traficaba con africanos a Cuba. Los 10 puntos son:
(1. Completa disculpa formal 2. Programa de Desarrollo para los pueblos originarios. 3. Repatriación para aquellos que los escojan. 4. Construcción de instituciones culturales. 5. Atención a la crisis de salud pública. 6. Campañas de alfabetización. 7- Programa para el conocimiento sobre África. 8. Rehabilitación psicológica. 8- Transferencia de tecnologías. 10. Cancelación de la deuda,)
No todos están a bordo del tren de reparación. Las voces opuestas utilizan los siguientes argumentos:
• La esclavitud fue hace demasiado tiempo atrás
• No hay víctimas / todos están muertos
• Los descendientes no pueden reclamar en nombre de sus antepasados
• La mayoría de los pueblos caribeños no están a favor del movimiento
• Los caribeños se oponen a la repatriación
• Fueron los africanos quienes vendieron a nuestros antepasados
• Es un asunto demasiado complicado
• Los gobiernos coloniales anteriores no pueden pagar
• Era legal en ese momento
Nuestro deber como activistas y educadores es aumentar la educación en torno a las justificaciones, incluyendo que:
• Existe un acusado (o agresor)
• No se puede negar el hecho de que la esclavitud en las plantaciones proporcionó el andamiaje para el avance industrial de Gran Bretaña. La economía de las plantaciones del Caribe fue un engranaje importante en el floreciente sistema de comercio atlántico de Gran Bretaña. Tal era la capacidad productiva de la región que el profesor Richard Sheridan calculó la riqueza total de Jamaica solo en 1775 en 18 millones de libras esterlinas. Desde entonces, las estimaciones de Sheridan han sido revisadas por el historiador económico Prof. Trevor Burnard, quien sostiene que la riqueza de la isla era, en £ 25 millones de libras esterlinas, unos £ 7 millones (o 39%) más alta. Esa riqueza es un testimonio de la capacidad productiva de la isla y, lo que es más importante, de su viabilidad económica durante el siglo XVIII. En comparación con la parte continental de América del Norte, los ingresos per cápita de los plantadores del Caribe eran significativamente mayores que los de sus contrapartes continentales.
• La injusticia está bien documentada
• Las víctimas son identificables como un grupo distinto
• Los descendientes de grupos victimizados continúan sufriendo daños
• Nada en el derecho internacional impide que los descendientes reclamen en nombre de sus antepasados
• También existe un precedente para el pago de reparaciones. Quizás el ejemplo más flagrante de reparación histórica es el de Haití, donde bajo una demanda francesa de 1825, ese país tuvo que pagar 150 millones de francos (reducidos a 90 millones), pagados solo en 1947. El segundo es el de 20 millones de libras esterlinas como reparación a los plantadores británicos por esclavizados liberados.
La reparación es una causa justa. Según Sir Ellis Clarke, primer presidente de Trinidad y Tobago y segundo y último gobernador general:Una potencia administradora … no tiene derecho a extraer durante siglos todo lo que se puede sacar de una colonia y cuando se ha hecho, liberarse de sus obligaciones … La justicia exige que se repare al país que ha sufrido los estragos del colonialismo…” [1964].